• Peter Anders: El gran show

    3 de abril del 2021
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    La emergencia sanitaria y la crisis económica que desde hace más de un año agobian a nuestro país, suponían que el proceso electoral que se avecina debería enfocarse en la manera de enfrentar seriamente esta situación, a través de propuestas de gobierno factibles que permitan superar este escenario tan grave, que tantas vidas cuesta.

     

    Sin embargo, ha sido todo lo contrario. No solo por el excesivo número de candidatos que se consideran llamados a gobernar nuestro país, sino también por la formulación de promesas carentes de toda seriedad, por ejemplo, para tratar la pandemia del coronavirus.

     

    Así, tenemos candidatos presidenciales que, sin ningún aval médico o científico, son capaces de sugerir que se beba alcohol, ingiera sal o tome infusiones de hierbas silvestres para curarse de esta mortal enfermedad.

     

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    En materia económica y la posibilidad de recuperar el empleo y bienestar de la población, tampoco se han quedado atrás. Ideas trasnochadas como el reparto indiscriminado de dinero, compra de deudas y otorgamiento de subsidios, la ejecución de obras elefantiásicas y la creación de puestos de trabajo al por mayor, sin tener idea de cómo se financiarán o ejecutarán, han sido el amargo pan de cada día.

     

    Lamentablemente, a esta situación no solo han contribuido los candidatos sino también las autoridades electorales y los medios de comunicación, interesados más en provocar y difundir enfrentamientos, chismes o bromas que les permitan ganar más puntos de rating.

     

    Esto quedó evidenciado durante los tres debates organizados por el Jurado Nacional de Elecciones (JNE), donde el formato más parecía destinado a un talk show que a la exposición de planes para sacar a un país de una circunstancia que compromete tanto su presente y su futuro.

     

    Fue tal la falta de seriedad que hubo canales de televisión que incluso antes de que comience el debate, invitaban a los televidentes a votar por quién consideraban era el “ganador”. Y ni bien había terminado el “show” se apresuraban a ser los primeros en dar los resultados. ¿Cómo alguien podría votar por el ganador o perdedor de un debate sin siquiera haberlo visto completo?

     

    Por si fuera poco, escuchamos decir al reportero de un noticiero que “el debate no tuvo mayor transcendencia, salvo cuando el candidato … se enfrentó al candidato…. para responderle”.

     

    La cobertura informativa se enfocó más en destacar el pullazo, el golpe bajo, los insultos, las descalificaciones, los chistes, el cómo fueron vestidos o maquillados, antes que las propuestas y el debate en torno a las medidas urgentes que el próximo gobierno debe poner en práctica.

     

    Contrariamente, los candidatos que se animan a proponer soluciones serias y factibles no merecen mayor atención o seguimiento de sus actividades. Así pues, podemos afirmar que se ha banalizado y “farandulizado” el proceso electoral.

     

    Los peruanos que a diario ven morir un familiar o un amigo sin tener siquiera la posibilidad de despedirlo, los que luchan por conseguir una cama de cuidados intensivos, un balón de oxígeno o atención médica elemental, no merecemos lo que está ocurriendo.

     

    Tampoco los alumnos que no pueden estudiar y ya perdieron un año; los padres y madres de familia que se quedaron sin su puesto de trabajo; ni los empresarios grandes, medianos o pequeños que han visto quebrar el esfuerzo de toda una vida.

     

    Mientras esto ocurre, sufrimos también de un gobierno indolente e incapaz de comprar vacunas para inmunizar a la población. En enero se ofreció vacunar entre 10 a 15 millones de personas hasta el próximo 28 de julio; luego pasamos a 9 millones, después a 5 millones y últimamente a 3.5 millones. ¿Cuánto más bajará esta cifra?

     

    Confiemos, porque no queda alternativa, que este sea el último proceso electoral donde valga más quién hace la promesa más alocada, quién baila mejor, quién tiene más seguidores en redes sociales, quién graba el tik tok más gracioso o quién lanza el peor insulto.

     

    Nuestra democracia y nuestro destino no merecen ser parte de este espectáculo. Es nuestra vida y nuestro futuro los que están en juego.

     

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