Invertir en educación: una apuesta ganadora
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La educación es el motor que impulsa el desarrollo económico y social de un país. Cuando se implementa una política educativa sólida, se construye una fuerza laboral calificada, lista para enfrentar los desafíos del mercado global. Esto atrae a inversores que buscan talento local capacitado y también reduce la pendiente de la curva de aprendizaje, mejorando la productividad. Una fuerza laboral bien capacitada actúa como un imán para las empresas, creando un círculo virtuoso de inversión y crecimiento.
Un sistema educativo que fomenta el pensamiento crítico y la creatividad no solo genera graduados altamente empleables, sino también líderes capaces de transformar sus ideas en realidades palpables. Ellos son la chispa que enciende la llama del emprendimiento y la innovación, creando un ecosistema empresarial dinámico y robusto. Este ambiente de constante renovación y progreso atrae más inversiones, ya que los inversores se sienten atraídos por la promesa de crecimiento y desarrollo sostenido.
Sin embargo, es preocupante que, según el Instituto Nacional de Estadística e Informática (INEI), el incremento de la pobreza esté afectando gravemente la educación en el Perú. Actualmente, dos millones de escolares abandonan las aulas, y un millón de ellos se queda sin hacer nada. Este problema se agrava aún más cuando el 60 % de los jóvenes están inadecuadamente empleados, según el Ministerio de Trabajo. Debemos escuchar atentamente las necesidades de los jóvenes y articular soluciones basadas en datos, para poder identificar las áreas más críticas de intervención.
Al examinar las cifras del INEI, se observa que solo el 3,4 % del gasto per cápita se destina a la educación, lo que equivale a casi S/ 30 y confirma que un mayor nivel educativo disminuye notablemente la probabilidad de caer en la pobreza. Estos datos revelan una triste realidad: una persona de 25 años o más en situación de pobreza ha logrado estudiar, en promedio, hasta el segundo año de educación secundaria (8,5 años de estudio), mientras que una persona no pobre del mismo rango de edad ha estudiado hasta el cuarto año de secundaria (10,4 años de estudio). La población vulnerable ha alcanzado solo hasta el tercer año de secundaria (9,1 años de estudio).
En la CCL hemos comenzado a recoger algunas propuestas al interior de la Comisión de Educación del gremio, como, por ejemplo, impulsar un nuevo modelo de formación ocupacional desde la secundaria, generando competencias basadas en la vocación de los estudiantes.
Conectar los esfuerzos de distintos actores, desde el Gobierno hasta organizaciones civiles y el sector privado, nos permitirá crear sinergias poderosas. Por ello, en este esfuerzo resulta valioso saber que el programa Jóvenes Productivos del Ministerio de Trabajo busca fortalecer y mejorar la empleabilidad de personas de 15 años en adelante, especialmente de la población juvenil en situación de pobreza y pobreza extrema.
Para lograr un cambio real debemos tener claro que la educación no es negociable y que debe convertirse en un verdadero objetivo nacional. Por ello, la designación de los ministros de educación debe basarse en función de la más alta experiencia, conocimiento y visión de futuro, nunca en función de relaciones personales o de intereses partidarios. Necesitamos consensuar en torno a políticas educativas inclusivas y sostenibles que permitirán mejorar las oportunidades para todos, así como reducir la pobreza.
Actuar de manera contraria acarrea, como vemos en el Perú, que en un ministerio donde se debe trabajar y aplicar verdaderas políticas de Estado de largo plazo y estrategias para varias generaciones, los ministros de Educación, en promedio, solo duren nueve meses en el cargo; eso es algo inaceptable.
La estabilidad en la gestión educativa es esencial para el desarrollo sostenible del país. Necesitamos un compromiso serio y a largo plazo con la educación de los peruanos.
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