Yolanda Torriani: Basta de indolencia

La historia de la joven Solsiret Rodríguez Aybar no es solo la de un asesinato, una desaparición o un número más en las estadísticas de crímenes que a diario ocurren en nuestro país. Es, ante todo, una muestra cruel de la ausencia del Estado, de la falta de empatía y la indiferencia de las autoridades que se encuentran más cerca de nuestra vida cotidiana: la Policía Nacional, los fiscales encargados de investigar los delitos y los funcionarios del Ministerio del Interior.

 

Según la Defensoría del Pueblo, en nuestro país cada cinco horas desaparece una mujer. El 2019 se cerró con 165 casos de feminicidio, una buena parte de los cuales se habría evitado si las víctimas hubieran pedido ayuda y encontrado apoyo, precisamente, en aquellas autoridades llamadas a protegerlas.

 

Yolanda Torriani: Otra crisis

Yolanda Torriani: Educación, tarea de todos

Yolanda Torriani: “La Cámara” evoluciona

 

El Perú está lleno de leyes, reglamentos, protocolos y manuales para enfrentar delitos y homicidios, pero ninguno de ellos evitará más desapariciones y muertes de mujeres y de niños  -de lo cual, por cierto, se habla poco- mientras como ciudadanos no seamos capaces de responder si alguien nos pide ayuda; y mientras en el Estado haya funcionarios más interesados en cobrar su quincena; cumplir estrictamente sus 8 horas de trabajo (ni un minuto más); poner su firma en documentos y gozar de una escolta policial que le abra el paso para evitar el tráfico y hasta los semáforos.

 

Si de verdad queremos ser una sociedad desarrollada, debemos empezar por tener un Estado presente, capaz de defendernos, de ayudarnos cuando lo necesitamos.

 

Solsiret se perdió un buen día en la indiferencia del policía que aseguró que abandonó su hogar “por estar con la cabeza caliente”; murió por la dejadez de fiscales que no cumplieron con su trabajo y prefirieron seguir encarpetando expedientes sin siquiera leerlos; desapareció por la desidia de autoridades del Ministerio del Interior que tramitaron un informe sin mayor análisis.

 

Los padres de Solsiret representan no solo el amor infinito que se puede sentir por una hija que lamentablemente hoy, después de más de tres años de intensa búsqueda, encuentran muerta, sino que también personifican a aquellos miles de peruanos que cada día mendigan un poco de justicia y atención por parte de quienes deberían brindárselas.

 

La historia de Solsiret debe ser un parteaguas en nuestro país para que finalmente autoridades y ciudadanos dejemos de ser tan indolentes a lo que ocurre a nuestro alrededor; para que sintamos empatía por el dolor y sufrimiento de tantas familias. Comencemos a comprometernos con el otro y sumemos nuestra voz a su voz.  Solo así la muerte de esta joven madre, hija y activista, así como el enorme dolor que dejó podrán dar paso a una luz de esperanza, para que algún día podamos decir que somos parte de una sociedad más humana.

 

Esto le puede pasar a su hija, a su hermana. Incluso las víctimas pueden ser familiares de los policías, fiscales y funcionarios. ¿Acaso no las buscarían de inmediato? Sí lo harían y esperemos que en el futuro sean igual de diligentes con el resto de ciudadanos de nuestro país.