• Trump, el ruido y la furia

    29 de mayo del 2020
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    Por: Gonzalo Sarasqueta

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    Hoy, Estados Unidos es el espejo negro del mundo. Ningún país quiere reflejarse en él. El COVID-19 hace estragos en la nación del norte. Los números hablan solos: más de 100.000 muertos y alrededor de 1.500.000 infectados. Como dijo la editora de la revista Time, Haley Sweetland, si se cumple el pronóstico de la Agencia Federal para el Manejo de Emergencias, entre finales de mayo y principios de junio, por la cantidad de víctimas, cada día podría significar un 11 de septiembre de 2001.

     

    Y la performance del presidente Donald Trump tiene mucho que ver con estas oscuras estadísticas. La primera respuesta del mandatario frente al coronavirus fue el negacionismo. En marzo, llegó a decir que todo era una mentira diseñada por la oposición demócrata y que «un día, como un milagro, desaparecerá». Días después, con cierta frivolidad, expresó que morirían 200.000 ciudadanos. De un borde al otro sin transiciones. Como todo populista, los extremos son su zona de confort.

     

    Desde entonces, Trump ha desplegado su táctica discursiva preferida: shock and awe (conmoción y temor). Una estratagema diseñada por su ex consultor político, Steve Bannon. El filósofo francés Christian Salmon lo desgrana en su último libro, “La era del enfrentamiento”: a través de tweetselectrizantes, fake news y denuncias extravagantes, el inquilino de la Casa Blanca intenta desconcertar a la opinión pública y minar cualquier tipo de rendición de cuentas. Es su forma de producir agenda yconservar la centralidad narrativa.

     

    Sus asesores científicos también han sido blanco de estos ataques retóricos. Hace unos días, fue el turno de Anhony Fauci, principal responsable sanitario del gobierno en la lucha contra la pandemia. Frente a la prudencia que pidió el infectólogo respecto a la flexibilización de la cuarentena, el magnate bramóque los colegios deberían abrirse de inmediato. Pero eso no fue todo. Trump también se animó a ponerse la bata de médico y recetarle a toda la sociedad que se inyecte desinfectante para matar al virus. Por si hacía falta, más ruido informativo.

     

    Esta reticencia a la medicina se explica sencillo: el conocimiento científico es la kryptonita del populismo. ¿Por qué? Porque desnuda sus soluciones mágicas. Desarticula sus artificios y, al mismo tiempo, ridiculiza al “mesías”. Por eso, el presidente estadounidense se exaspera. Solo existe un saber, el del líder todopoderoso. Nadie puede refutarlo. Ni siquiera cuando están en juego millones de vidas. Para los caudillos, el ego siempre está primero.

     

    En este sentido, el rechazo diario de Trump a usar el tapabocas no es casual. Es un metamensaje en dos direcciones: hacia la ciencia (relativiza sus indicaciones) y hacia la ciudadanía (su líder es fuerte e inmune). El problema es que, en una cultura hípervisual como la actual, las imágenes son atajos cognitivos. La sociedad se informa a través de fotografías. Ergo: si la máxima autoridad del país se muestra sin mascarilla, quiere decir que es innecesaria.

     

    Una doble dicotomía completa el relato político. Más allá de las fronteras, el enemigo es China. Desde el principio, el jefe del poder ejecutivo encuadró la pandemia como “el virus chino”. El empleo delgentilicio tampoco es accidental: empalma con la “guerra comercial” que está desarrollando contra el gigante asiático. Trump pretende que la comunidad internacional aísle a la potencia de Oriente. Un objetivo lejano por dos variables: el poder blando que está instrumentando China en Occidente (provisión de mascarillas, tests y equipos médicos) y la falta de liderazgo de Estados Unidos a escala global.

     

    Puertas adentro, el antagonismo es con Barack Obama. Ahí está el  “Obamagate”, una denuncia que, hasta el momento, es un interrogante. Fox News es el único medio que la estimula. En los próximos días sabremos si se trata de una “cortina de humo” o del “mayor crimen político en la historia de Estados Unidos”, como prometió Trump. De cara a las elecciones del tres de noviembre, el referente republicano está intentando subir al ring al máximo exponente del imaginario progresista del país. Su contrincante real, Joe Biden, le queda pequeño para polarizar. La verdadera cruzada es con su antecesor.

     

    Pero Trump no es un caso aislado en este mundo convulsionado. Jair Bolsonaro, Rodrigo Duterte, Boris Johnson, Viktor Orbán y Andrés Manuel López Obrador lo acompañan en este especie de “Internacional populista”. Con ellos comparte la excentricidad, el verbo inflamable y laimpredecibilidad como marca de gestión. Tres ingredientes discursivos que van en dirección contraria a la mayoría de los manuales de comunicación de crisis. El resultado está a la vista: una catástrofe humanitaria de sombra alargada, con cientos de miles de víctimas y ningún responsable.

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