Peter Anders: Ojalá

No somos pocos quienes esperamos que el reciente viaje del presidente Pedro Castillo a México y Estados Unidos para presentarse ante la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), la Organización de Estados Americanos (OEA) y la Asamblea General de las Naciones Unidas (ONU) le permita reflexionar sobre el importante papel que le corresponde, a fin de que asuma de una vez por todas, con responsabilidad y determinación, el liderazgo que reclama el país para comenzar a resolver los graves problemas que enfrenta la población.

 

Esto supone terminar con el clima de inestabilidad, desconfianza e incertidumbre que reinan desde que asumió su mandato, para lo cual requiere cuanto antes corregir la serie de errores que ha cometido –en principio– con la designación personajes de dudosa idoneidad profesional, técnica e intelectual –para no hablar de quienes arrastran investigaciones y denuncias policiales y judiciales– como ministros de Estado y funcionarios públicos.

 

No es poca cosa lo que enfrenta el profesor Castillo como presidente del Perú, un país que, desde la llegada de la pandemia del coronavirus, y debido a la manera por decir lo menos indolente e ineficiente con que la enfrentaron sus antecesores, se ha sumido en una terrible crisis que ha costado la vida y el bienestar a millones de personas.

 

Esto no quiere decir que antes de la enfermedad no hubiesen existido problemas, pero sin duda estos – limitado acceso a servicios básicos como agua, alimentación, salud, educación, vivienda y electricidad; infraestructura; conectividad; acceso a la justicia, entre otros– se han agudizado especialmente entre los más pobres.

 

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Diferentes especialistas señalan que para tomar decisiones se necesita tener un objetivo claro que alcanzar, el cual debe ser fijado por un líder que facilite la toma de tales decisiones y oriente los procesos y actividades hacia el logro de dicha meta.

 

El líder debe tener una visión, un impulso y un compromiso para alcanzar esa visión u objetivo.

 

¿Tiene el presidente Castillo una visión y un objetivo que deberían ser alcanzados por el Perú durante su Gobierno? ¿Tiene el liderazgo para orientar al país hacia un camino que asegure su desarrollo?

 

Estas preguntas no tienen respuestas, sobre todo si nos guiamos por lo ocurrido solo en la última semana, pues mientras que ante cada auditorio que se presentaba durante su viaje internacional el presidente Castillo; el ministro de Economía, Pedro Francke; y el canciller Oscar Maúrtua, se esforzaban por asegurar que el Gobierno no impulsa una Asamblea Constituyente, que garantiza la inversión privada nacional y extranjera, que rechaza al terrorismo, que respeta las libertades de prensa y expresión y que no reconoce a dictaduras como la que regenta Venezuela; en el Perú, su jefe del gabinete Guido Bellido y sus congresistas decían y hacían todo lo contrario.

 

Ojalá el presidente Castillo haya tenido la oportunidad de escuchar los discursos que sus colegas de Chile, Colombia, Ecuador y Uruguay también pronunciaron ante la Celac y la ONU, en los que coincidieron en invocar que se deje de lado los populismos y, en cambio, se impulse al sector privado como motor de la economía y se defienda la democracia para seguir buscando una mayor equidad y justicia.

 

Ojalá haya escuchado también lo que ellos y otros tantos presidentes del mundo expresaron sobre la situación en Cuba, Nicaragua y Venezuela, para que entienda que los modelos aplicados en estos países destruyeron sus democracias y economías, sumiendo a sus poblaciones en la miseria y la desesperación, obligándolos a huir con lo poco que tienen.

 

Lo hemos dicho antes y lo repetimos; no hay tiempo que perder, porque cada minuto que pasa sin que se tomen decisiones, tiene un costo muy alto, muchas veces irreparable para millones de familias. Ojalá lo entienda el presidente Castillo.