• Peter Anders: Bicentenario

    17 de julio del 2021
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    El Perú, el país que con tanto esfuerzo todos construimos a diario: trabajadores, empresarios, emprendedores, estudiantes, profesionales, madres y padres de familia; recibe su bicentenario sumido en una grave crisis política, económica y sanitaria.

     

    Difícil de creer que suframos esta situación, cuando hace poco menos de dos años suponíamos que cumplir 200 años de independencia sería motivo de celebración y de reafirmar nuestro compromiso de seguir enrumbándonos hacia un destino mejor.

     

    Sin embargo, nuestro bicentenario nos encuentra profundamente divididos, con una enorme incertidumbre respecto al rumbo que tomará el Perú, con millones de peruanos que se han quedado sin un puesto de trabajo, con otros tantos que han visto quebrar la empresa que con tanto esfuerzo construyeron, con niños y jóvenes imposibilitados de estudiar y con miles que han perdido lo más valioso: la vida y la salud.

     

    Frente a esta situación, hay quienes nos ofrecen refundar el país, cambiar una economía que con errores y aciertos ha permitido reducir la pobreza, ampliar la clase media e insertar a nuestra nación en el mundo globalizado y contemporáneo.

     

    Nos encuentra este aniversario patrio —y qué triste reconocerlo— sin institucionalidad, cuando esta debería haber sido fortalecida a lo largo de nuestra historia; más aún con el pasar de los años y de los sucesivos gobiernos, sobre todo de los últimos. Pero da pena reconocer que la institucionalidad terminó siendo solo un membrete que no representa casi nada, y a la que se valora y defiende solo si conviene a determinada tendencia política.

     

    Muchos peruanos hoy no reconocemos a nuestras instituciones porque, cuando de verdad las necesitamos, parecen esconderse o desaparecer en la bruma, porque sus más altos representantes están allí no por méritos propios, sino como resultado de un cupo o negociación, porque terminan representando no a la sociedad sino a los intereses del grupo que ha tomado su control.

     

    No aparecieron, por ejemplo, cuando era necesario dialogar y buscar consensos para corregir los gruesos errores que impiden al Perú afrontar la pandemia mundial del coronavirus con eficiencia, rapidez y hasta empatía con el otro.

     

    Contrariamente, desde las más altas cumbres del poder, se prefirió utilizar la enfermedad como herramienta para impedir la participación de otros sectores a los que considera contrarios de sus intereses ideológicos partidarios.

     

    Ahora, cuando faltan menos de 15 días para el 28 de julio y tras un largo proceso electoral oscurecido por sombras de duda y desconfianza, aún no sabemos quién gobernará nuestro país.

     

    Una de las opciones propone un abrupto cambio de rumbo, una nueva forma de organización bajo el argumento de que eso es lo que quiere “el pueblo”. Para comenzar “el pueblo” somos todos, sea cual fuere el candidato o candidata por quien se votó.

     

    El divisionismo entre “buenos” y “malos” solo puede existir en un pensamiento que no es capaz de reconocer al otro, que no quiere aceptar que somos una sociedad y una nación que durante 200 años se ha construido con el esfuerzo compartido de todos.

     

    De otra forma no se explica que, a pesar de todo lo que hemos enfrentado —la implacable furia de la naturaleza, la insania criminal del terrorismo, sucesivas crisis económicas, niveles extremos de pobreza, guerras externas y graves casos de codicia y corrupción—, los peruanos hayamos siempre salido adelante, con una capacidad de resurgir hasta de las cenizas.

     

    Con seguridad, pese a que hoy se nos vislumbra un horizonte lleno de interrogantes, incertidumbre e inseguridad, sabremos recuperarnos y volver a ponernos de pie.

     

    Seamos perseverantes en defender lo que hemos construido, en impulsar cambios en beneficio del Perú y de nuestros compatriotas, pero sin desandar lo que hemos avanzado.

     

    Sigamos construyendo nuestro futuro, el de nuestros hijos y nietos, con fe y esperanza de que con seguridad esto también pasará y vendrán tiempos mejores, siempre en democracia que, con todas sus fortalezas y debilidades, es la única opción que nos permite seguir desarrollándonos en libertad.

     

    Hacerlo es nuestra obligación, es nuestro compromiso, es nuestra única alternativa.

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