Peter Anders: Rumbo de colisión

A punto de culminar el 2021, la economía peruana podría cerrar con un crecimiento que supere el 11%, un resultado que a primera vista parecería auspicioso, tanto que es presentado por el Ministerio de Economía y Finanzas como un gran logro de su gestión.

 

“La economía peruana registrará uno de los mayores crecimientos a nivel mundial entre el 2021 y 2022 y fortalecerá sus cuentas fiscales”, asegura una entusiasta nota de prensa emitida por dicho portafolio.

 

No obstante, cabe señalar que, si bien en el segundo trimestre de este año el Producto Bruto Interno (PBI) de nuestro país creció 41,9%, luego de un primer trimestre en el que avanzó 4,5%, lo cierto es que estos resultados son principalmente un efecto rebote luego de haberse desplomado 11,1% el año pasado.

 

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El Instituto de Economía y Desarrollo Empresarial (IEDEP) de la Cámara de Comercio de Lima (CCL) estima que el PBI del Perú cerrará el 2021 con un crecimiento económico de 11,2%, pero no porque el Perú se haya convertido de pronto en un imán para las inversiones y los capitales o haya generado más trabajo y riqueza para distribuir entre su población, mejorando su calidad de vida, sino simplemente porque se reabrieron las actividades económicas, los mercados externos volvieron a generar demanda, se flexibilizaron las restricciones de movilización social y se continuó la vacunación contra la COVID-19.

 

Por ello, hay que advertir que la historia no será la misma el próximo año, sobre todo cuando hemos cumplido los primeros 100 días de un nuevo gobierno que no da señales claras sobre el rumbo que desea seguir ni mucho menos pareciera entender nociones básicas de cómo funciona la economía de un país.

 

Es cierto que las proyecciones de la economía mundial no nos ayudan, pues según el Fondo Monetario Internacional, América Latina y el Caribe crecerían el próximo año 3%, considerando que este bloque será el que menos crezca, incluso debajo de África (3,8%).  Por ello, el IEDEP de la CCL proyecta que la economía peruana podría crecer apenas 3,1% el 2022.

 

No pretendemos ser alarmistas ni pesimistas, pero estas proyecciones de limitado crecimiento podrían caer aún más si el gobierno del presidente Pedro Castillo sigue generando desconfianza e incertidumbre sobre las perspectivas de la economía peruana; si insiste en desarmar todo aquello que permitió el desarrollo del Perú y la reducción de la tasa de pobreza monetaria ­–que solo entre el 2004 y 2019 retrocedió 38,5 %–; o si persiste en mantener como una espada de Damocles sobre la institucionalidad, la convocatoria a una Asamblea Constituyente.

 

Peor aún, no habrá crecimiento económico alguno si mantiene su negativa de reconocer algún valor a la inversión privada; si continúa con su idea preconcebida de que todo lo que se hizo en los últimos 200 años no sirve para nada y que su papel es el de refundar la República.

 

¿Cómo así los peruanos convertimos el llamado “milagro económico peruano” en un futuro sombrío y lleno de incertidumbre? Pues entregando las riendas de nuestro país a una candidatura presidencial que, al convertirse en gobierno, no muestra un ápice de coherencia, no exhibe planes concretos y, sobre todo, muestra día a día que es capaz de asignar las mayores responsabilidades del Estado a personajes ya no solo cuestionados por su idoneidad, sino hasta vinculados a delitos de toda índole o a un pasado violentista.

 

Como casi a diario se descubre y se revela, la administración pública ha caído en manos de personajes interesados más en ayudar a sus familias, amigos, camaradas, socios políticos y paisanos, antes que pensar que el Perú requiere de normas que, por ejemplo, promuevan la inversión privada, garanticen la estabilidad jurídica y, sobre todo, aseguren la solidez política y económica a un país que lo necesita con urgencia para que sus trabajadores consigan un empleo y que las familias no sigan hundiéndose en la pobreza y la falta de servicios tan básicos como la salud y la educación.

 

Los marinos denominan rumbo de colisión a la trayectoria que sigue una nave con dirección a otra o a un obstáculo, como un peñasco o un iceberg que, de mantenerse, desembocará irreversiblemente en un choque que provoque un naufragio. Entonces, dan la alarma para realizar una maniobra de emergencia que evite la tragedia.

 

Los peruanos no debemos seguir esperando que el “capitán” de nuestro barco se dé cuenta del curso al que está conduciendo a nuestro país, porque parece que no lo entiende. No es consciente del peligro en el que nos encontramos o, lo que es más grave, podríamos sospechar que lo que en realidad buscan él y su “tripulación” es que todos nos hundamos.

 

Corresponde a nuestras instituciones de la democracia y a todos los peruanos en general, hacer lo imposible para evitar que naufraguemos, haciéndole entender a nuestros gobernantes del riesgo inminente al que nos someten, obligándolos a corregir el rumbo. No debemos esperar que ocurra un desastre del que nos costará mucho salir. No podemos seguir a la deriva.