Hernán Lanzara: “La pérdida de valores se puede combatir con educación y ética”
¿Cree que existe una crisis de valores? ¿Qué la estaría generando?
Definitivamente sí. La ausencia de valores es una suerte de pandemia que viene desde hace tiempo generando muchos de los males que enfrentamos como sociedad: la insensibilidad, la falta de respeto, la ausencia de honestidad y la falta de justicia.
Esta crisis de valores es la expresión más descarnada de un mundo que no encuentra el norte; y, en nuestro país, es, además, resultado de una sociedad que aún no ha logrado el encuentro y reconciliación de su diversidad cultural, étnica, económica y política.
Los estudios y encuestas más recientes destacan la falta de valores como causa de graves problemas nacionales como son la inseguridad ciudadana y la corrupción. Si bien vivimos tiempos de globalización, desarrollo tecnológico, de redes sociales y la profusión de información y comunicación en tiempo real, nada de esto se ve reflejado en el desarrollo de nuestra sociedad.
Por el contrario, los valores se han ido perdiendo, y han hecho cada vez más frecuentes la delincuencia, la violencia doméstica, los crímenes de odio y los ajustes de cuentas, entre otros. Pero que este análisis objetivo no nos lleve al pesimismo o a sentirnos desalentados, porque hay ciudadanos probos, que le hacen frente a la pérdida de valores. Por ello es que vemos con esperanza el camino que aún falta recorrer.
¿Cuáles serían las principales consecuencias de la pérdida de valores?
Es lamentable como la falta de valores y los antivalores se han posesionado en la familia, en lo social, lo político, lo económico, lo cultural, generando conductas nocivas y confusión. Conductas como la falta de respeto y violencia entre la pareja y miembros de la familia, que en el año 2019 se tradujeron en 168 feminicidios; la ausencia de civismo, colaboración y orden en el ámbito educativo, así como de modelos de formación que promuevan el respeto y la honradez.
Además, la saturación en los medios de comunicación de programación que promueve antivalores; el reconocimiento que grupos familiares y sociales le brindan al que se aprovecha de los otros, al más “vivo”, al que le saca la vuelta a la norma, al que abusa del más débil; la inacción o indiferencia frente a estos actos de injusticia o al que se cuela en la cola, son identificadas por muy pocos con la falta de ética y la corrupción, que es una de las grandes consecuencias que genera la falta de valores.
Vemos también esta falta de valores en el ámbito político, plagado de casos de aprovechamiento indebido, falta de compromiso con la ciudadanía e innumerables actos de corrupción, que es un cáncer social que agudiza la pobreza y socava la institucionalidad en el país. Nuestra historia nos ha demostrado de qué manera este mal se ha enraizado en el Perú.
Bastaría revisar el libro Historia de la Corrupción en el Perú, de Alfonso Quiroz, para comprender su dimensión. Por ello, la prevención y seguimiento de actos de corrupción es pieza fundamental para el cambio que el país reclama. Solo en el 2019, según un estudio de la Contraloría General de la República, la corrupción generó pérdidas por casi el 3% del PBI.
Ante la crisis social y coyuntural en el país ¿por qué es importante fomentar los valores en la sociedad?
Para nuestra suerte la pérdida de valores se puede combatir con educación y ética. La educación y los hábitos hacen al hombre bueno y, por tanto, al “ciudadano del bicentenario” que necesitamos.
Es aquí donde la familia tiene un rol primario y de gran importancia, pues es la parte germinal y medular de la sociedad; luego seguirán la escuela y otros espacios. En una familia donde se cultivan los valores y conductas positivas será difícil que los hijos incorporen inconductas o violenten a sus semejantes y a la sociedad.
Desde la Comisión que dirige, ¿cuáles deberían ser las acciones para promoverlas?
La corrupción es un mal que no solo vulnera el patrimonio público, sino que también debilita la democracia, la confianza en la administración pública e imposibilita el acceso equitativo de la población menos favorecida a los servicios esenciales, atentando contra su derecho a la vida y la salud, entre otros.
Creo que debemos sumarnos de manera efectiva al fomento de un cambio cultural que propicie la adopción de la integridad y la honestidad como valores en el actuar de las personas, las empresas y la administración pública.
Ahora mismo nos encontramos en el proceso de elaboración de un plan que considero debe incorporar acciones en el campo de educación en valores; modelos de cumplimiento, tanto en el sector privado como público; y adquisiciones del Estado. En nuestra tarea buscaremos trabajar con otras Comisiones de la CCL e instituciones que se ocupan de la lucha anticorrupción así como con la Academia.
¿Qué se debe hacer desde el sector educación?
Hay que crear formadores en educación en valores, es decir, preparar a los profesionales de la educación de los distintos niveles y proveerles los recursos necesarios para atender el desarrollo moral de los estudiantes. Para ello se requiere del compromiso moral de los docentes para formar personas libres, que sean capaces de dirigir su propia vida con principios y valores como la justicia, solidaridad, tolerancia y respeto que les permitan integrarse en la sociedad.
Tanto la educación pública como privada necesitan de una transformación en la plana docente: pasar de ser simples instructores y difusores de conocimientos a promover el desarrollo e interiorización de valores en sus alumnos.
¿Qué tan importante es generar la integridad en las instituciones públicas y privadas y la sociedad?
La integridad es la consistencia entre las acciones de una persona y sus valores. Las personas íntegras se reconocen en pequeñas cosas: no mienten, no hacen trampa y, en consecuencia, difícilmente son corrompidos. Considero que es uno de los principales atributos para el éxito, no entendiendo este como acumulación de bienes o posición, sino como el estado de paz y tranquilidad emocional que genera felicidad, y hacia eso apuntamos como sociedad.
La integridad es una tremenda ventaja competitiva y es el eje de la cultura corporativa, porque genera confianza, base fundamental de los negocios. Esta es nuestra tarea de cara al Bicentenario, construir un Perú íntegro.
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