• Carlos Meléndez: «Hay insatisfacción en la izquierda y en la derecha»

    El politólogo Carlos Meléndez analiza las recientes elecciones en Chile e indica que los resultados van más allá de las ideologías, pues las movilizaciones en América del Sur son producto de la falta de un Estado solidario.

    24 de mayo del 2021
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    Por Raquel Tineo Ramos

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    Hay insatisfacción en la región y se piden cambios al modelo económico. Acaba de empezar en Chile. ¿Qué ha fracasado?

    Lo que vemos son élites que han logrado establecer –en vías democráticas– un modelo económico que no ha satisfecho las necesidades de la mayoría.

     

    Hay muchas personas que se sienten perdedoras respecto a los últimos 30 años. Estas son las movilizaciones de los perdedores que se expresan de manera distinta. Mientras que Chile se expresó a través de la protesta social, canalizada mediante una Asamblea Constituyente, en Perú lo hacemos a través de las urnas, votando por un outsider antisistema.

     

    En Chile ha fallado porque ha sido un modelo fundamentalista que no ha dado espacio a un Estado solidario. Grandes sectores como salud, educación o jubilación cayeron bajo la lógica del mercado, eso ha llevado a grandes desigualdades y una insatisfacción muy profunda con los partidos políticos.

     

     

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    ¿Se podría considerar la propuesta más extremista?

    En Chile hemos visto tres fases de representación política después de la dictadura. La primera fue el duopolio que tenía a dos grandes coaliciones: la Concertación (izquierda) y la Alianza (derecha), que se intercalaron el poder durante muchos años. Ese duopolio entra en cuestionamiento hace cuatro o cinco años, cuando surge un tercer frente, el Frente Amplio, una renovación desde la izquierda.

     

    Pero lo que estamos viendo es una tercera fase, con la cual aparece un cuarto campo de independientes que no necesariamente son de izquierda o derecha, pero sí son anti-establishment y populistas. Se forjaron en la protesta social y en los cabildos. Se caracterizan por retar al establishment político, pero no lo hacen de manera colectiva. Ahí está su deficiencia.

     

    Son personalidades articuladas con organizaciones sociales fragmentadas, de limitado alcance, no representan a grandes sindicatos o sectores sociales organizados, sino son la expresión política de la pulverización de la organicidad social que hay en el país.

     

    ¿Qué consecuencias podría traer para la región?

    No estamos ante proyecciones constitucionales bolivarianas. Lo que ha pasado en la región en los últimos años han sido procesos constitucionales con caudillo. Este (en Chile) es un proceso constitucional sin caudillo, con independientes que no buscan necesariamente un Estado más intervencionista.

     

    No es la representación del socialismo del siglo XXI. Buscan un Estado más solidario que logre tender un puente y una mano a los sectores perdedores y marginados del modelo económico vigente.

     

    La pandemia ha aumentado los niveles de pobreza. Ha hecho mucho más palpable la desigualdad. En la región, Chile puede ser un modelo de un procedimiento para exigir la inclusión de sectores marginados econonómicamente.

     

    Donde se ve más claro el ejemplo es en Colombia. La protesta social le ha seguido el ritmo y, de algún modo, es el camino espejo de lo que ha pasado en Chile. Pero, estos países tienen el tejido social para sostener protestas de manera permanente. En el caso peruano, vivimos en una sociedad con altos niveles de informalidad y este es un disuasivo para la protesta orgánica sostenida.

     

    ¿Esto va más allá de ideologías?

    Sin duda, esto va más allá de ideologías. La insatisfacción es de izquierda y de derecha. En Chile ha habido más gobiernos de izquierda que de derecha, entonces no se puede culpar solamente a un lado del espectro político. Aquí no hay un símbolo, pero sí una necesidad de desafiar el establishment político perdido en nuestros países. Son quizás sus últimas batallas para mantener su posición de status y de dominio.

     

    En Latinoamérica hay diferentes tipos de derecha. Una más extrema y conservadora, que puede sintonizar con ese anti-establishment, por ejemplo, Jair Bolsonaro, en Brasil, quien fue la reacción frente a un Estado dominado por el Partido de los Trabajadores (PT).

     

    Además, puede tomar la forma de Rafael López Aliaga, como sucedió en el Perú en las últimas elecciones, o la forma de dirigentes de izquierda muy conocidos como Gustavo Petro, en Colombia; o sencillamente radicales antisistema como Pedro Castillo, en Perú. Lo que tienen en común estos personajes es que son capaces de retar la legitimidad de sus respectivos establishments.

     

    ¿Se estaría poniendo en riesgo la democracia?

    La democracia debe ser tomada en cuenta como un instrumento para solucionar algunas presiones sociales. La elección de una Asamblea Constituyente en Chile es un ejemplo de cómo la democracia se fortalece e incluye a nuevos actores, pues tiene resultados formidables no solo en el sentido paritario.

     

    Estos procesos, si es que se llevan bien, pueden fortalecer las raíces democráticas en los países, pero también pueden ser grandes amenazas si es que no existen las actitudes y valores democráticos de parte de los protagonistas.

     

    Esto nos trae de vuelta al Perú. Lamentablemente, la vacancia presidencial y el cierre del Congreso se han convertido en parte de las reglas de juego y tienden a ser instrumentos legítimos de nuestra democracia. Eso sí es perjudicial para la democracia. El 55% de peruanos se siente perdedor con respecto al crecimiento económico. Esos perdedores encontraron dos caminos dentro de todos los que se ofrecieron en la primera vuelta.

     

    Uno de ellos es rompedor, antisistema y radical en forma y fondo, Pedro Castillo; y, dentro del establishment, el que ha sabido sintonizar mejor con el sector popular es el fujimorismo. Los peruanos tenemos dos opciones que están en los márgenes del status quo, los dos males mayores.

     

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