Peter Anders: Optimismo vs realidad

El ministro de Economía y Finanzas, Pedro Francke, visitó esta semana la Cámara de Comercio de Lima para detallar la agenda pendiente de su portafolio, así como presentar su evaluación de la actual situación económica del país.

 

Reflejando confianza y entusiasmo, reiteró su visión optimista del crecimiento económico, del buen desempeño del Perú en el mercado internacional de bonos y su proyección conservadora de un déficit fiscal de 3% para este año, menor del 4,9% que se había estimado meses antes.

 

Igualmente, reiteró la necesidad de emprender una reforma tributaria para que el Estado cuente con más recursos a fin de atender las necesidades básicas de salud y educación de la población.

 

Se trató de un discurso esperanzador que, sin embargo, se contradice con lo que la realidad muestra día a día.

 

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Sí, nuestra economía cerrará este año con un Producto Bruto Interno (PBI) de dos dígitos, pero ello no significa que se estén sentando las bases para seguir en esa senda, sino más bien todo lo contrario, pues no hay ninguna sola medida para impulsar la inversión privada, a la cual más bien desde el gobierno del presidente Pedro Castillo, se insiste en denostar.

 

Es por ello que la confianza empresarial se encuentra en un muy bajo nivel y la minería, aquella que aportaba hace algunos años el 14,4% al PBI, afronta una grave crisis producto de conflictos que el gobierno no resuelve y que terminan por generar la paralización o el retiro de las empresas y de las inversiones nacionales y extranjeras que optan por buscar otros destinos que les ofrezcan estabilidad, como Ecuador o Colombia.

 

En este escenario que, por cierto, no se parece en nada al que el ministro Francke describe en sus presentaciones, se desea aplicar más tributos no a una base cada vez mayor de contribuyentes, sino a ese mismo 30% de empresas, emprendedores y trabajadores formales que son los únicos que siempre pagan impuestos y cumplen con sus obligaciones.

 

Desde la Cámara de Comercio de Lima hemos señalado que una reforma tributaria es imprescindible porque la última que se aplicó en el país está a punto de cumplir 30 años, por lo que resulta necesario adecuar la política fiscal a los nuevos tiempos, incluyendo a ese gran sector informal que no paga nada.

 

No obstante, una verdadera reforma tributaria no debe diseñarse desde el escritorio de un ministerio, en cuatro paredes, y mucho menos basada únicamente en supuestas recomendaciones del Fondo Monetario Internacional (FMI). Debe ser un proceso en el cual participemos todos los involucrados, en un debate público.

 

¿Pero por qué es necesaria una participación tan amplia? Porque una reforma tributaria verdadera en el Perú requiere ante todo acabar con la evasión que ya suma 28,000 millones de soles anuales; en ampliar el número de contribuyentes –en 20 años la presión tributaria apenas creció 2,4 puntos porcentuales- y en evaluar la rigidez laboral que hoy incentiva la informalidad en el empleo.

 

En suma, es una tarea ardua y extensa en la cual el gobierno debe tener presente que hablar de impuestos es hablar del papel fundamental de la inversión privada, que es la que paga las obligaciones tributarias que forman parte importante de los recursos del Estado.

 

Si no se protege, promueve e impulsa la inversión privada, difícilmente se podrá considerar aplicar más impuestos, de reformar un sistema que cada día pierde aportantes -no solo porque ya no tienen recursos que invertir o pierden la confianza en el país- sino también porque a la postre resulta mucho más rentable y conveniente para algunos mantenerse en la informalidad, enriquecerse y recibir servicios gratis a costa de otros.