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Peter Anders: Nadie se rinde

Si alguna lección debería haber aprendido el presidente Pedro Castillo en estos primeros más de dos meses y medio de su gestión, es que en economía todo cuenta, especialmente cuando se trata del tipo de cambio.

 

Si bien parte de la devaluación experimentada en este periodo por el sol peruano se explica por factores internacionales, principalmente esta responde a otros de carácter interno, que parecen tener más peso que los primeros.

 

Evidencia de ello es que desde que el señor Guido Bellido fuera separado de la Presidencia del Consejo de Ministros y casi en paralelo se ratificara al señor Julio Velarde como presidente del directorio de Banco Central de Reserva (luego de varias semanas de incertidumbre), el precio del dólar con respecto a la moneda nacional retrocedió en una semana 2,3%, luego de alcanzar picos históricos que lo llevaron por encima de los S/ 4,14.

 

Velarde es un signo de estabilidad, pues garantiza una política monetaria responsable, caracterizada por un manejo técnico que no cede a presiones políticas, ideológicas o populistas.

 

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Pero una golondrina no hace el verano y es poco probable que, en los siguientes meses o años, su sola presencia sea suficiente si es que no existe una verdadera rectificación por parte del Gobierno, especialmente en lo que significa asegurar un clima de estabilidad jurídica y política que permita recuperar la confianza, predictibilidad y transparencia en el manejo económico del país.

 

Es precisamente la ausencia de estas condiciones la que llevó a que, desde el inicio del mandato del presidente Castillo, el alza del dólar haya afectado principalmente a los trabajadores y a los sectores menos favorecidos de nuestra población, pues como todos sabemos el tipo de cambio influye significativamente en el precio de los alimentos ­–muchos de ellos como el pollo y el pan con un alto componente de productos importados­–, así como en el costo de servicios básicos como la electricidad y los combustibles.

 

Pero la subida del dólar golpea también –muy duro– al empresario y al emprendedor que necesitan importar insumos, equipos y maquinarias, pagar un crédito o el alquiler de un local.

 

Igualmente, a quien compra o proyecta adquirir un vehículo para dedicarlo al transporte y convertirlo en su fuente de ingresos; o a la familia que con mucho esfuerzo paga la hipoteca de su vivienda, los estudios de sus hijos o un tratamiento médico.

 

Como lo advierten diferentes analistas y economistas, esta presión no va a cambiar en los siguientes meses y corremos el riesgo de seguir viendo devaluarse nuestra moneda mientras el Perú siga sin rumbo. Las proyecciones estiman un dólar a S/ 4,10 para fin de año y de S/ 4,20 al cierre del 2022.

 

La devaluación inexorablemente acarrea un alza generalizada de precios que se traduce en la temida inflación, de la que muchos de los que vivimos en las décadas de los años 70 y 80 del siglo pasado, tenemos pésimas experiencias. Los jóvenes que no la han sufrido pueden preguntarnos con toda confianza.

 

El creciente deterioro político con una falta de liderazgo presidencial, la colisión entre los poderes Ejecutivo y Legislativo, la prédica que azuza la división y enfrentamiento entre peruanos y la permanente amenaza de ir a una Asamblea Constituyente para dar paso a una nueva Constitución que cambie drásticamente el modelo económico que –con aciertos y errores– ha permitido a muchos superar la pobreza, es la tormenta perfecta para un tipo de cambio inestable.

 

Pero lo es también que se insista en la designación como ministros y funcionarios en puestos claves del Estado, de personajes que no reúnen las más mínimas condiciones de integridad y capacidad profesional para el cargo.

 

Es urgente despejar todo nubarrón que empañe el horizonte del país viable al que la gran mayoría de peruanos aspiramos, por lo que corresponde al presidente Castillo y a la jefa del gabinete ministerial, la señora Mirtha Vásquez, dar señales claras de que hay propósito de enmienda y que se retome con firmeza y prudencia la brújula y el timón del Gobierno, porque de no hacerlo se pone en riesgo la vida y el bienestar de todos los que estamos a bordo.

 

Sin embargo, que no se piense que desde el puesto que nos corresponda, no haremos lo posible e imposible para impedir que el esfuerzo hecho durante décadas para construir un país mejor, se eche por la borda.

 

Nos corresponde a todos los peruanos que creemos en la democracia estar en la primera línea de defensa del estado de derecho así como de valores irrenunciables como la libertad de expresión y la posibilidad de decidir dónde invertir y trabajar en busca de un destino mejor.

 

Hace poco celebramos el bicentenario de creación de la gloriosa Marina de Guerra del Perú. Permítanme, en estas circunstancias, recordar al teniente Enrique Palacios, quien, en medio de la batalla, como uno de los últimos comandantes del monitor Huáscar, manifestó: en este buque nadie se rinde.